(imagen de mi autoría)
Primer
capítulo
La lluvia abandonó la isla. Tres días
con sus noches, el cielo permaneció abierto, agua y más agua cayó sin
interrupción, como una consigna, quizás presagio de mejor tiempo. Los árboles,
ayudados por una leve brisa, sacudieron sus brazos, las empapadas hojas
respiraron aire fresco, obtuvieron un merecido descanso.
Hog empujó la puerta y la enganchó en el
“sausot”(árbol gigante), que, dentro de su ancho tronco, construyó su refugio
para la época de lluvias. Nee, su compañera, con el pequeño, aún sin nombre,
continuaban durmiendo.
No habían llegado a un acuerdo; ella
prefería un nombre dulce, agradable, fácil recordarlo, había pensado en Sin,
que significa música; o quizás Pel, que era brisa, algo suave... ; por el
contrario, él quería algo fuerte, Tom, trueno, o mejor Ainé, tronco; no podían
decidirse, tres meses desde el nacimiento y los nombres iban y venían como los
pájaros en primavera, sin resultado.
Con una rama le rozó la planta del pie,
Nee reaccionó de inmediato,
-Salgo a buscar comida, trataré de
volver pronto.
Ella, aun acostada, dijo –Soñé con un
día de sol, en medio de la selva, caminábamos los tres, tu, yo y el pequeño
Taupek(arroyo), ¿te agrada el nombre?.
-De acuerdo- contestó contento el padre-
está decidido, así se llamará, Taupek, hijo de Hog y Nee, muy bueno, ¡me
gusta!.- Y se fue tarareando el nombre de su hijo.
Llegó al río, muy crecido por el agua
caída, decidió cruzarlo y llegar a la “laguna de los monos”, allí sabían
descender los pites(pájaros enormes), el alimento preferido de Nee, por su
carne rosa y muy sabrosa. Las lianas las notó un poco flojas, se aferró con
todas sus fuerzas, y empezó a cruzar el río, quien aparentaba estar nervioso
por el brío con que venía, como si no tuviera tiempo, corría y golpeaba la
espalda de Hog sin vergüenza; metro a metro avanzaba luchando contra el cauce
enfurecido; casi sin fuerzas llegó a la otra costa. Pensó que para volver,
caminaría un poco más y cruzaría por el “dique grande”.
Al acercarse, la suerte le preparó una
sorpresa, una bandada de pites, picoteaban gusanos en las malezas de la costa.
Buscó un buen lugar, un árbol caído le pareció apropiado, se inclinó y apuntó
su flecha...acertó en pleno pecho de un hermoso ejemplar. Esperó, los demás se
acercaron al difunto, husmearon, y continuaron en su comida. Otra flecha y otra
presa. Caminó hacia la laguna, a los pocos metros de llegar, el centinela lo
vio y dio la orden de levantar campamento a sus compañeros, éstos, de inmediato
captaron el aviso y en forma repentina abrieron sus enormes alas,
desapareciendo del lugar.
Ya maniatados y sujetos sobre la
espalda, el hábil cazador emprendió el regreso, satisfecho con su botín. La
caminata fue lenta, el peso de las aves y las piedras desparramadas en el sendero,
obligaron a una marcha pausada. Al llegar al dique, unos castores estaban
reparando una brecha en el centro del mismo. Conocedor y admirador de estos
obreros del bosque, decidió hacer un alto en su camino, y esperar que aquellos
finalicen su trabajo. Cerca de allí, encontró unos arbustos de fresas; unas
cuantas de ellas ayudaron para calmar su apetito. Al poco rato, la reparación
del dique finalizó, aprovechó el momento y comenzó el cruce; decidió apurar el
paso, pues la fuerza del río azotaba los tronquitos amontonados y calculó que
en poco tiempo en algún trecho las aguas conseguirían romper la muralla e
impedirían el cruce.
(imagen de mi autoría)
Segundo
capítulo
Al llegar a su cueva, un silencio grito
de socorro lo conmovió, no había rastros de su compañera ni de su hijo.
Recorrió en un santiamén el desorden que hablaba de un riña allí ocurrida,
depositó su presa, y salió en busca de su familia, no sin antes cerrar la
abertura con la supuesta puerta.
Su experiencia para el rastreo, le
permitió distinguir un surco bien señalado en el lado de las grandes malezas,
allí donde el bosque se hacía más tupido; olfateó como lo aprendió de sus
amigos los monos “chilladas” (pequeños y veloces): levantó su cabeza y la movió
de lado a lado, imposible no percatar qué o quién pisó por tal lugar. Reconoció
ese olor nauseabundo, uno o dos de los “Grandes” (osos ladrones) anduvieron por
allí. Sus nervios aceleraron su marcha, ya en plena carrera el instinto animal
dirigía su rumbo.
No tardó en escuchar los débiles gemidos
de su hijo. Buscó esconderse y observar a su alrededor. El dúo de cazadores se
disponía a cruzar el río “Largo”, en un tronco inmenso uno de ellos sujetaba a
Nee con Taupek abrazado a ella, obligándolos aferrarse al tronco semi sumergido
en el agua. Su compinche saltó dentro del río y con una liana enroscada a su
opulento cuerpo trataba de atar el extremo del tronco para arrastrarlo a la
costa opuesta. No lo dudó ni un instante, su certera puntería condujo la flecha
que originó un pequeño orificio entre las cejas del nadador. El ruido del
cuerpo al caer, tomó desprevenido a su compañero, que soltó su presa; rápido
como una lince rastrera, el desesperado padre saltó sobre el grupo, clavó su
daga en la nuca del raptor y arrancó con fuerza a madre e hijo; el trío comenzó
un carrera desenfrenada con Hog a la cabeza. Como primera medida, deberían
alejarse lo más posible del lugar. Buen conocedor de la zona, enfiló hacia las
“Piedras”. Al llegar, se escondieron detrás de una inmensa roca y se taparon
con un árbol caído y esperaron. Por suerte, madre e hijo sin lastimaduras, un
pequeño magullo en un brazo de su compañera, nada grave. Aguardaron un buen
rato, atentos a cualquier ruido o movimiento. Cuando lo consideró tranquilo,
salieron; despacio y con suma cautela
los llevó de regreso a su guarida.
Como primera medida, consultó con Nee
cómo fue posible que los intrusos consiguieron penetrar en la cueva. Nada de
ello, explicó, todo ocurrió estando ella con el pequeño fuera para gozar del
aire fresco. Aquellos, es de suponer, estaban al acecho, esperando la salida
del jefe de familia, y aprovecharon el momento propicio para realizar el
secuestro. Todo ello, preparó a la familia como para no confiarse demasiado en
el silencio y la tranquilidad de la selva, nunca se sabía que peligro podría
presentarse.
Los días fueron corriendo, las nubes
abrieron sus alas, a semejanza de los pájaros al amanecer, la brisa remplazó al
viento, el sol tardaba más tiempo en cumplir su ciclo. La temperatura permitía
al pequeñuelo juguetear más tiempo fuera de la cueva. Al medio de cierto día,
Nee escuchó unas suaves pisadas a escasos metros, sin hablar arrojó una piedra
cerca de Taupek, el niño la alzó y miró a su madre, ésta le indicó mantener el
silencio. Casi en cuatro, se acercó a su hijo. Sacó la daga que colgaba del
lazo enganchado en su hombro. Y esperaron. El sonido cesó. Mala señal. Alguien
estaba vigilándolos. Ella calculó que Hog estaría cerca, el arroyo no se
encontraba lejos, allí había recurrido en busca de agua. Decidió mantener la
calma del pequeño, y de repente vuelta el ruido de las pisadas, sus ojos
pendientes de cualquier movimiento entre la maleza, un salpón pequeño apareció
a escasos metros. La tensión desapareció, esta especie de monito, de pequeñas
dimensiones, se acercó al niño con intenciones de jugar, éste captó el asunto y
lo tumbó de un golpe en la cabeza. En dicho momento regresó Hog, y también se
acopló a entretenerse con ellos.
Desde aquél día, el salpón había
recibido un nombre, “Mis” (gusanito), y se convirtió en la mascota de la
familia, y compañero inseparable de Taupek.
(imagen de mi autoría)
Tercer
capítulo
Conversando una tarde con Nee, plateó la
posibilidad de buscar un predio no tanto alejado del resto de la tribu, y así
permitir a su hijo, conocer otros pequeños de su edad, y también para ellos
sería una forma de compartir con otros vecinos, y participar en una vida más de
comunidad. Calculó, además, que se le abrirían otras posibilidades de
ocupación, intercambio de nuevos sistemas de caza y pesca, y también ampliar el
circulo de amistades. Para ello decidió llegarse hasta el condado más próximo,
donde el Anciano del lugar, había sido, en su tiempo, muy compañero de su
ilustre Padre Mayor.
Nee preparó lo necesario, para dos o
tres días, los indispensables para la ida y retorno de la planeada marcha.
Temprano, junto con el saludo del sol,
salió rumbo a la comarca vecina. El buen tiempo permitió agilizar su paso y al
comienzo del atardecer vislumbró las primeras chozas. Los perros, una
considerable jauría, le dieron la bienvenida; conocedor, aminoró el paso, evitó
movimientos bruscos, y optó por detenerse; dejó a un lado su lanza, arco y
flecha, y espero...un hermoso ejemplar, negro como la noche, fue el que se le
acercó a unos pocos metros, olfateó el aire, movió a izquierda y derecha su
cabeza, y se sentó sobre sus patas traseras. Hog, hizo lo propio, sin sacarle
los ojos de encima, esperó. Unos instantes fueron suficientes, el valentón se
incorporó y a paso lento comenzó a cortar distancia hacia el intruso; la mano
del visitante se extendió hacia él, este gesto lo asombró, pero siguió
acercándose, a unos pasos se detuvo y se sentó frente a frente. Ese era el
momento crucial, cualquier movimiento fuera de lugar podría ser interpretado
como amenaza; con la palma de la mano mirando la tierra la estiró para tocar la
cabeza de su quizás posible amigo, era imposible volverse atrás, tocó con la
punta de sus dedos los pelos del animal, éste no se inmutó, depositó toda la
mano sobre la cabeza y frotó un poco, a semejanza de caricia, y llegó la
reacción esperada, levantó la cabeza y pasó un lengüetazo sobre la mano de Hog,
el pacto de amistad se concretó.
Ya con la compañía de la comitiva
perruna, llegó hasta un vecino que le saludó desde la puerta de su choza, sus
manos al cielo, señal de bienvenida, y la consabida pregunta:
-¿A quién buscas viajero?
-Al Anciano del lugar, quiero escuchar
su voz.
-Sigue a los perros, ellos saben el
camino. Despacio, no hay prisa.
-El cielo te proteja, hermano.
Pasaron varias chozas, allí donde fue
visto, las manos al cielo acompañaron su paso.
Los perros se pararon frente a una
inmensa choza, como si una barrera invisible les cortara el paso; entendió que
debía esperar alguna señal. Una encorvada anciana envuelta en una manto de
colores, apareció en un costado de la vivienda, levantó sus manos y con un
movimiento de cabeza quiso invitarlo a entrar. Sin demostrar apuro, se acercó y
entró tras ella a la choza.
El aire enrarecido por un humo dulzón
impregnó su olfato; en el centro, un hombre de considerable cuerpo, estaba
recostado sobre una mantas y almohadones. Levantó su vista, sus ojos ya
cansados, emitían una luz de bondad; indicó, blandeando un lanza, un lugar en
un costado. Hog, un poco impactado por el lugar y la presencia de un Anciano,
por primera vez en su corta vida, dudó, pero con cierto temor se sentó sin
saber como reaccionar. El respetable jerarca, fue derecho al grano y exigió
relatos del nacimiento y antecesores del intruso. Hog, relató sobre lo
escuchado sobre la relación que hubo entre el Anciano y su Padre Mayor, razón
por la cual se permitió llegar hasta allí.
El Anciano escuchó los cuentos y relatos
del joven, en un momento decidió que ya era suficiente. Juntos salieron de la
choza, el Anciano indicó seguirlo. Caminaron un largo trecho, pasaron dos
hileras de chozas, un puente casi deshecho de troncos gruesos, y pasaron a la
costa vecina; una vez allí clavó una lanza de color rojo con cintas hechas de
lianas secas agregadas en el mango. En cortas frases, su voz era muy débil,
dictaminó que desde la lanza y hasta donde empieza el bosque será su lugar;
acto seguido le pidió la lanza a Hog y la puso en la tierra, dictaminando que,
cien de ellas a derecha e izquierda del terreno marcarían su territorio, esa es
la medida de todos los pobladores. Le tocó el hombro con su mano tres veces, y
dio por sellada la entrevista.
De regreso a su cueva, Hog compartió con
Nee las buenas nuevas. En pocas palabras relató el encuentro con el Anciano, el
cálido recibimiento recibido y el buen trato otorgado por el gran jefe; agregó
que sentía un gran orgullo de su Padre Mayor, y que a raíz de su buen nombre y
amistad con el venerable Anciano, logró acreditarse un predio dentro del
territorio que estaba bajo su mandato. La alegría de su compañera fue tal que
preparó una comida especial para festejar el acontecimiento. Hog decidió que ya
a la mañana siguiente comenzaría a preparar lo mínimo indispensable como para
levantar su nueva choza en el terreno otorgado. Un aire de tranquilidad y una
luz de esperanza brilló en sus ojos, mientras participaba a Nee de sus
proyectos futuros. Mucho era el trabajo que le aguardaba y esa noche no
consiguió pegar un ojo. Demás está decir que tampoco su compañera logró
conciliar el sueño, pero optó por quedarse quieta y pensar en sus propios
planes.
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Música de fondo: Música de Selva
Instrumental/Ddalascamelias
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